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Miradas, ventanas y horizontes

El pasado jueves 24 de abril el IES Cárbula invitó a mi amigo Hashim Cabrera a ofrecer una charla coloquio al alumnado del segundo ciclo de la ESO y de Bachillerato.
El tema de su conferencia era "Miradas, ventanas y horizontes" y fue amenizada con la proyección de algunas de las fotografías de su colección particular. Magnífica idea la del director del Cárbula, Ricardo, para fomentar el contacto de los jóvenes de su centro con la ciudadanía de Almodóvar, sobre todo cuando se trata de un artista plástico, escritor y pensador de la talla de Hashim Cabrera. Os dejo a continuación sus reflexiones:

Miradas, ventanas y horizontes[1]

Hashim Cabrera. Instituto de Enseñanza Secundaria Cárbula. Almodóvar del Río

Miradas: Energía y tensión

La adolescencia y la primera juventud son, sobre todo, una intensa mirada a nuestro alrededor, desde nuestro interior, desde nuestra infancia. Es el momento en que los seres humanos emergemos al mundo de manera independiente, comenzamos a actuar y a pensar por nosotros mismos, a sacar conclusiones y a tomar decisiones que nos afectan.

En esos años tenemos una gran necesidad de conocer la vida, de conocernos a nosotros mismos y a los otros, de descubrir nuestro cuerpo, nuestras posibilidades. Necesidad de soñar para pensar e imaginar la vida pero también necesidad de sentir con todo nuestro ser.

La juventud es energética por naturaleza. Fluye energía por todos sitios, tanta que no somos muy conscientes de ello. La vitalidad, la fuerza biológica y la curiosidad que tiene un ser humano en esta fase de su vida es intensa, maravillosa e irrepetible aunque está llena de ansiedad, de inseguridades que son naturales porque por primera vez nos asomamos solos al mundo, miramos con curiosidad a través de las ventanas de nuestras casas o de las pantallas de televisión u ordenador.

Estamos llenos de energía, de belleza, de preguntas, de futuro, pero aún no sabemos bien por qué ni para qué. Necesitamos descubrirlo y para eso sólo es necesario vivir, crecer, relacionarse. Luego, treinta o cuarenta años después, cuando recordamos aquella vitalidad, aquella vida fluyente y luminosa, casi no nos acordamos del sufrimiento y de la ansiedad que vivimos en muchos de aquellos momentos fundadores.

La juventud no es sólo una etapa de nuestra vida, es también un estado del alma. Se puede ser joven con setenta años y un anciano con treinta. La juventud es, por tanto, algo relativo pero que se manifiesta más intensamente en un momento concreto de la vida.

Nadie nace sabiendo. El propósito de la vida es conocer, pero en nuestra adolescencia y juventud somos inexpertos y nos equivocamos frecuentemente, nos frustramos porque la distancia entre lo que queremos y lo que tenemos es a menudo muy grande. Conocemos equivocándonos unas veces y acertando otras. Por eso aprendéis tanto y tan rápido.

La publicidad y la forma de vida contemporánea nos incitan al consumo, nos ofrecen brillantes imágenes que no siempre se corresponden con la realidad de nuestra vida cotidiana, nos fuerzan a perseguir la zanahoria como al burro de la carreta, de manera que casi nunca conseguimos alcanzarla del todo.

Madurar es entonces ser capaces de asumir las frustraciones que la vida nos va procurando, ser capaces de aceptar la realidad, empezar a ser humanos, libres e independientes. Cerrar el abismo entre lo que queremos y lo que tenemos.

Ventanas: visiones e ideas

Hace treinta, cuarenta años, en la época en que vuestros padres éramos adolescentes o jóvenes la sociedad era muy diferente. Todavía existían formas sociales más o menos estables, familias más o menos numerosas donde cada uno ocupaba un lugar muy definido, fijo casi como una fotografía, maneras tradicionales de pensar que tenían muy en cuenta el futuro, la profesión, la previsión, el ahorro, el día de mañana, la clase social, el qué dirán los demás, formas absolutamente clásicas de vestir y de relacionarse, reglas de urbanidad, valores muy asentados como el matrimonio para toda la vida, el machismo y la segregación de la mujer, etc.

La generación de la ruptura fue la de los adolescentes de los años setenta del siglo pasado. Y en los ochenta se produjo un cambio social más profundo y extenso. Aquella sociedad del franquismo final estaba agonizando. La televisión apareció como una ventana insólita, en blanco y negro, por donde algunos adolescentes pudimos asomarnos a otros lugares, a otras palabras, aunque todo ello intensamente vigilado.

Aparecieron en las ciudades andaluzas los primeros hippies fumando canutos y tocando maravillosas guitarras acústicas. Sonaban con fuerza los vinilos, y aquellas músicas y aquellas imágenes cambiaron nuestra visión, ampliaron nuestros horizontes, pero también nos alejaron de nuestro entorno social más inmediato, la sociedad tradicional de nuestros padres.

Sabíamos mucho de lo que pasaba en USA o en Inglaterra, pero mirábamos cada vez menos a nuestro alrededor, ensimismados con la cultura psicodélica y las canciones de Bob Dylan o Jimmie Hendrix. Descubriendo la lucha ciudadana, el marxismo, la ecología, el pacifismo, el amor libre y las tradiciones orientales, el budismo o el yoga. Queríamos entonces una mayor cercanía con la naturaleza pero al final hemos producido una tecnología y una forma de vida que ha esquilmado el planeta de manera alarmante.

Hoy en día la sociedad es muy distinta, es mucho más difícil encontrar valores comunes y señas de identidad colectivas ajenas al consumo y al mercado, a las marcas como signo de estatus social, económico. Los jóvenes de hoy no habéis conocido otra sociedad que ésta y por eso os resulta difícil imaginar cómo podría ser la vida de vuestros abuelos. Yo diría que es casi imposible. Ellos también fueron jóvenes alguna vez, fueron adolescentes, pero no vivieron ese cambio social que se produjo en este país como consecuencia de la transición a la democracia y la apertura al mercado.

Aquellos adolescentes y jóvenes son los que hoy tenemos entre cuarenta y cincuenta años. Nuestros padres vieron cómo empezábamos a hablar de manera distinta, no comprendían nada de lo que estaba pasando y tuvimos que vivir aquella ruptura de una manera especialmente dura, porque no era fácil reclamar libertad e independencia en aquellos tiempos donde el autoritarismo era la forma más común de relacionarse.

Hoy en día, aunque el modelo autoritario aún pervive con claridad en muchos lugares y situaciones, vivimos en una sociedad más dialogante que entonces, con más posibilidades de comunicación pero, probablemente, somos más individualistas, quizás porque los valores que están asentándose lo son, porque el consumo requiere de productores dóciles.

Ahora vivimos la potente revolución de las comunicaciones, el teléfono móvil, Youtube, el Chat, el SMS, el correo electrónico, toda la información disponible en la red, de manera casi instantánea. Esa inmediatez transforma intensamente las visiones del mundo, las culturas y la imaginación. Todo parece más virtual. Nos quejamos de la lentitud de las descargas en el ordenador pero no sabemos que, hasta hace muy poco, escuchar una canción o ver una película en casa era algo caro y difícil. Ahora tenemos todo al instante, toda la información, el Wikipedia, los diccionarios auxiliares, la calculadora virtual, los traductores automáticos…

Antes la información visual y escrita estaba en los libros y en los museos pero, de manera creciente, circula libre y virtualmente por todo el planeta, accesible a un número cada vez mayor de usuarios, de manera que la comunicación entre las personas implica también compartir esa información, esas imágenes, esas impresiones. Estamos inmersos en una gigantesca revolución de la que no somos demasiado conscientes porque está ocurriendo en nuestra vida cotidiana, a la que no prestamos demasiada atención.

Horizontes: libertad, claridad y conciencia

Nos encontramos en un mundo cada vez más dependiente de la tecnología. Toda la facilidad y la eficacia que ésta nos procura debería, al menos en teoría, permitirnos disfrutar de unas relaciones humanas y ambientales lo más ricas posibles y de un tiempo de ocio y conocimiento. En este contexto la libertad individual cobra un papel esencial y quizás por ello sea un tiempo que nos haga ser más conscientes, que nos haga estar más cerca de la Realidad. Cuando tomamos decisiones asumimos responsabilidades.

En la sociedad, es decir, en las familias y en las escuelas[2], hacen falta valores que son fundamentales y que, por desgracia, hoy en día no están muy bien vistos por el sistema, como la bondad, la solidaridad, la alegría sincera, la lealtad y la fidelidad…, todo eso se considera en muchas ocasiones como viejo y obsoleto.

Ningún ser humano puede alcanzar nada que realmente merezca la pena sin conocer esas dimensiones y actitudes humanas superiores. Oir una buena música, juntarse los amigos y amigas, ir descubriendo la vida entre estos horizontes, en la lectura o en el diálogo, en este bello y simbólico rincón de la sierra. Intercambiar ideas y proyectos, apostar por lo bueno, por lo ingenioso, por la imaginación, disfrutar de toda esa energía que nos desborda en el encuentro. Esa experiencia es precisamente el conocimiento que necesitamos en este momento, y así vamos creciendo. Sin prisa, nadie conoce por nosotros.

A un ser humano le condiciona mucho su adolescencia y su juventud. Es como una confirmación o evolución de la infancia en la transición hacia la vida adulta. Yo creo que el propósito fundamental de un ser humano en este mundo es conocer, tratar de saber, de encontrar respuestas a sus preguntas, a sus necesidades. Pero hay que conocer las preguntas importantes y saber cuáles son nuestras necesidades reales. Y eso no es fácil. Hoy en día no lo es ni siquiera para los adultos. Los padres y los profesores no podemos dar muchas de esas respuestas porque no las tenemos, porque en realidad nadie, ni los más listos, conocen el futuro tal y como será, pero podemos ayudar a encontrar las preguntas.

Lo que sí sabemos es que conociéndonos a nosotros mismos vamos conociendo al mismo tiempo la Realidad. Y que nos conocemos a nosotros mismos al vivir con los otros, que son diferentes y aportan cada uno su visión especial. Los demás nos ayudan a conocernos y hemos de ser agradecidos con ellos, respetuosos. Cada ser humano, independientemente de su aspecto físico, de su manera de pensar o de su educación, de su estatus social o de sus creencias religiosas, merece ser respetado.

Sería deseable y maravilloso que fuésemos capaces de expresar lo mejor de un pueblo. Yo creo que es posible hacerlo, estoy convencido de que lo estáis haciendo, aunque todavía no podamos ver bien cómo ocurre.

Hay que fomentar la buena amistad, el buen rollo, las relaciones luminosas, más allá de la mentira y del egoismo, relajarse en la naturaleza, buscar a quienes sienten de forma parecida o complementaria a la nuestra, buscar al otro e interesarnos por él. El diálogo, las buenas palabras, la educación y la cultura nada menos. ¡Qué difícil parece! Parece un sueño de soñadores ingenuos, un sueño imposible.

Pero no es así, hay horizontes imaginarios y horizontes reales como existe una diferencia entre la fantasía y la imaginación. La primera produce distracción, evasión, empobrecimiento mientras que la segunda abre nuestra visión hacia el futuro.

La imaginación creadora es lo que más necesita un pueblo que quiera crecer, pero es también la que está más amenazada. Es necesario unirse para construir proyectos comunes, que resulten innovadores, inteligentes, hoy más nunca, aunque hoy sea más difícil soñar y haya menos árboles en la sierra. Y parece que las máquinas no nos están trayendo el ocio prometido sino más prisa y más estrés.

Hemos de concebir buenas y nuevas ideas, útiles inventos o inútiles obras de arte porque hay que construir el futuro, siempre en el presente, y ese presente sois cada vez más vosotros.


[1] Miramos el horizonte a través de la ventana. Mirar es atreverse. La ventana es la cultura, el marco próximo que delimita y construye nuestra cosmovisión. El horizonte es el límite extremo y ambiental. Mirar puede hacernos ver y el ver puede llevarnos a conocer.

[2] La educación, tanto en la familia como en la escuela, debería atender a las necesidades de conocimiento y cultura de los seres humanos, pero ahora parece ser que atiende de manera creciente a las necesidades del mercado. ¿Dónde queda en esa ecuación el ser humano? ¿Qué enseñamos a nuestros hijos, a nuestros alumnos? ¿Qué modelo de ser humano buscamos?