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Candidatura al premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2010


Hace unos 400 años que fueron deportados, expulsados, extrañados de su patria los últimos moriscos andalusíes. Igual ocurría con los descendientes de judíos sefardíes unos años antes. La política de los monarcas castellanos-aragoneses tras la toma de Granada incumplió el pacto de Estado que recogían las "capitulaciones de Santa Fe" y al poco tiempo restringió las constumbres y religiones que no fueran las cristianas católicas romanas. Hasta el punto de prohibir la lengua, vestidos, tradiciones culturales y todo aquello que pudiera parecer no cristiano. El último decreto de expulsión se fechó en 1609 aunque se prolongó su ejecución hasta 1616. Más de un siglo antes, coincidiendo con el año de la toma de Granada, fueron los andalusíes de religión judía, los sefardíes, quienes se vieron obligados a salir de sus casas y marcharse de su país.

En 1990, las comunidades sefardíes recibieron el premio Príncipe de Asturias a la Concordia:
“Después de siglos de alejamiento, este Premio quiere contribuir al proceso de concordia ya iniciado, que convoca a esas comunidades al reencuentro con sus orígenes, abriéndose para siempre las puertas de su antiguo país”

Hoy también se pide como en aquella ocasión, hace 20 años ya, la concesión del premio Príncipe de Asturias a la Concordia a los descendientes de moriscos andalusíes expulsados. La inciativa parte de un grupo de intelectuales, entre los que se encuentran mi amigo Antonio Manuel. La exposición de motivos puede consultarse pinchando aquí. O bien, entrando en la página web que ha sido creada para apoyar dicha iniciativa: http://www.moriscosconcordia.com/

Es posible apoyar la candidatura a título individual en dicha página web, como ya han hecho personajes de la talla intelectual de Amin Maalouf, José Saramago, Sami Naïr o Juan Goytisolo. O personalidades del mundo de la cultura y la política como Manuel Pimentel, Juan José Tamayo, Jesús Sánchez Adalid, Manuel Clavero Arévalo, José Chamizo, Mª del Mar Rodríguez (Chambao), Jesús Vigorra, Agustín Remesal, Concha Caballero o Pilar González, entre otros.


La casa abierta

En esta casa hay cabida para toda la Humanidad

En este lugar serán siempre bien recibidos todos los seres que tengan el honor de visitarnos

Llama, no dudes que te abriremos

Esta casa está abierta para todo el que quiera pasar

La casa sin fronteras ni barreras para amar

Si decides entrar no dudes que serás bien recibido

No importa tu raza, religión o condición social, sólo tu, el que crees ser es con el que queremos estar

La casa abierta

Hoy me he encontrado con este precioso regalo al llegar a casa... al llegar a "La casa abierta". Porque así es como la han bautizado. Un bautizo cristiano con una hamsa judeo-musulmana y una inscripción en árabe: ad-dar al-maftuj. Todo ello reunido en un bonito guadamecí que mi amigo, Rafa Varo ha elaborado con su buen hacer de artesano cordobés. Ese es el resultado, el sutil destilado de un hermoso brainstorming en el que ha participado mucha gente.

El guadamecí es la piel de carnero, metalizada con finas hojas de plata u oro, bruñidas, grabadas, ferreteadas y ricamente policromadas. El nombre procede del árabe "wad al masir" que significa cubierta vegetal de vivos colores. Aunque el término también pudiera tener su origen en la ciudad libia de Ghadamés.

Contiene un grabado en forma de mano (mano de Fátima o mano de Miriam) llamado jamsa (el nº 5 en árabe) o bien khamsa, hamsa o chansa. Es utilizado por musulmanes y judíos como talismán o amuleto, aunque su origen pudiera ser púnico o incluso más antiguo aún. Estaba asociado al culto a la diosa Tanit (el equivalente cartaginés de la diosa fenicia Astarté). En la desembocadura del Guadalorce se han encontrado restos arqueologicos de un antiguo poblado fenicio entre los que se ha hallado una Tanit

En resumen, todo un ejemplo de sincretismo andaluz que se completa con la inscripción en árabe, "ad-dar al-maftuj" , "la casa abierta" el nombre que le han puesto a nuestra casa.

Gracias, Pastori (y todos tus cómplices)

Ateneistas de Andalucía en Sevilla



El Ateneo Popular de Almodóvar participó en el I Encuentro de Ateneistas de Andalucía que tuvo lugar el pasado sábado en Sevilla.

La crónica queda recogida en el apartado de noticias de la web del Ateneo Popular: www.ateneopopular.com o pinchando en este enlace

A continuación dejo algunas instantáneas que ilustran la jornada:


Almuzara publica La huella morisca: El Al Ándalus que llevamos dentro, un ensayo de Antonio Manuel Rodríguez Ramos




Almuzara publica La huella morisca: El Al Ándalus que llevamos dentro, un ensayo de Antonio Manuel Rodrí­guez Ramos

La Editorial Almuzara revalida una vez más su ambiciosa y perseverante apuesta por la recuperación de la memoria histórica en España y en Andalucía

Por H. Cabrera

Cuando hace más de veinte años leíamos por primera vez y de manera casi ilegal al Olagüe de La revolución islámica en occidente, comenzamos a darnos cuenta de hasta qué punto la historia que nos contaron en la escuela no era sino una versión entre otras y, casi con toda probabilidad, la menos verdadera, la menos fiel a los sucesos que han ido conformando el ser de los españoles y de los andaluces de hoy, de quienes por esa razón aún enfrentan un profundo vacío identitario, una necesidad inconsciente de conocer la historia reprimida, sustraída y reinterpretada unilateralmente durante más de cinco siglos.

Con Américo Castro y con Olagüe pudimos darnos cuenta de que existen otras maneras de tratar y conocer nuestro pasado, reconociéndonos en él de una manera menos hiriente, menos patológica, sobre todo si prestamos atención a las señales invisibles, en este caso, a las huellas más o menos ocultas del paso de pueblos y culturas por esta tierra, de una sociedad multicultural que estuvo viva hasta mucho tiempo después del final ‘oficial’ de una inexistente reconquista. Porque, al mismo tiempo que los seres humanos narramos mediante una crónica nuestra experiencia terrenal, la tierra nos devuelve nuestra propia imagen en forma de huella, de surco, de grafismo, de una escritura que, leída con sinceridad, detenimiento y atención, nos ayuda a descifrar esa continua sucesión de eventos humanos en forma comprensible, rememorable y social.

Y ese ha sido precisamente el itinerario seguido por Antonio Manuel en su ensayo La huella morisca, un recorrido tras los ecos del acontecer andalusí, de los diferentes momentos y hechos que relacionaron a unos pueblos y a unas culturas entre sí, siempre frente/junto a un poder homogeneizante y único, de manera neurótica y reactiva, resiliente, resistente a una deformación inevitable. Lo sefardí, lo gitano, lo monfí, lo flamenco, lo jondo, lo morisco, la cultura de los jornaleros andaluces, aparecen en este magnífico y apasionado ensayo articulados en torno a un largo y profundo proceso de aculturación, de pérdida de la identidad cultural, de la memoria histórica y, por tanto, alienados de toda posibilidad de expresión política, de toda vida social inclusiva más allá de la intimidad de la propia familia o del propio pueblo.

No sólo Blas Infante o Ignacio Olagüe se han pronunciado en estos o parecidos términos. También Emilio González-Ferrín, hace escasos años, en la introducción de su Historia General de Al Ándalus, nos confesaba su indignación ante la condición mineral de la historiografía, que no nos ayuda a comprender quiénes podemos ser si contemplamos o imaginamos nuestro pasado de una manera exclusivamente descriptiva, sin interpretación, sin ‘mojarnos’.

La huella morisca está, por el contrario, en la línea de lo que González-Ferrín denomina historiología. No se pretende aquí hacer un inventario exhaustivo de objetos, fechas y documentos, llegar a una comprensión de los sucesos y realidades históricas mediante una acumulación cuantitativa de eventos destacados, sino tratar de ver un poco más allá o más acá, más adentro o más lejos, bucear sinceramente en la propia alma casi como única manera de imaginar y experimentar el alma colectiva, el alma del pueblo, de la comunidad o comunidades a las que cada uno se siente pertenecer.

Este valiente y emotivo ensayo puede ayudarnos a comprendernos un poco mejor a nosotros mismos, sobre todo porque está escrito desde una clara atalaya de independencia y compromiso ético e intelectual, expresada reiteradamente por el autor en su afán por dibujar de manera cabal y equilibrada a las distintas culturas que conformaron no sólo el Al Ándalus ‘histórico’ sino sobre todo el Al Ándalus imaginal, mediante un rastreo sistemático de las huellas ocultas en los distintos lenguajes seculares, en el arte, en la poesía y en el folclore, en esa diversidad de tradiciones que aún confluyen en el alma andaluza contemporánea.

La huella morisca es la historia de un exilio que invertebra los siglos y los pueblos y llega vivo hasta nosotros tras su último y más reciente episodio durante la Guerra Civil y los años que la siguieron. Historia de una exclusión y de una sustracción de la memoria, de un persistente dominio sobre las conciencias y sobre las almas de los andalusíes, una narración que llega hasta la Andalucía y los andaluces de nuestro tiempo, con plena solución de continuidad. Un proceso cuya larga duración sólo encuentra sentido en la resiliencia cultural, en la capacidad que tienen las comunidades de regresar una y otra vez a su estado original, a una manera de ser, de sentir y de vivir que les ha sido sustraída gradual y sistemáticamente durante más de quinientos años.

Este tipo de indagaciones, necesarias en cualquier tiempo y lugar, nos resultan hoy indispensables para nuestra propia supervivencia cultural y moral, pues son precisamente esas señales sustraídas, escamoteadas por el poder y el paso del tiempo, las que nos ayudan a imaginar de una manera más verosímil quiénes pudimos ser y las que, por esa misma razón, nos permiten intuir las causas de nuestras formas de ser y de vivir.

La lectura de este ensayo nos provee de un sinfin de razones y de emociones útiles para transitar con mayor conocimiento de causa por el misterioso laberinto de la sociedad andaluza contemporánea, una comunidad desestructurada culturalmente debido, entre otras cosas, a ese largo y consistente proceso de apropiación identitaria, de sustracción de unos valores que son precisamente aquellos que nos proporcionan razón de ser y de vivir como seres humanos en esta tierra, las claves que podrían verter el humanismo andalusí, universalista e inclusivo, en el humanismo global que necesita nuestro tiempo.

Escrito con un lenguaje ágil y ameno, La huella morisca es, básicamente, un ensayo de antropología social y cultural que nos sitúa en una problemática atemporal que atañe íntimamente a la identidad española y, sobre todo, a la andaluza, dejándonos felizmente en la orilla del reconocimiento, apuntando a un tiempo en el que ya es posible mirarnos y vernos a nosotros mismos sin demasiados velos deformantes, con una mirada más inclusiva e integradora, alejada de aquellos exclusivismos que produjeron una sociedad reprimida y silenciada hasta la enfermedad.

Con esta obra, la editorial Almuzara revalida una vez más su ambiciosa y perseverante apuesta por la recuperación de la memoria histórica en España y en Andalucía, de una manera pulcra y literal, ofreciéndonos los textos de quienes han optado por pensar de una manera diferente, a contracorriente de esa marea estéril que nos inunda con ‘lo políticamente correcto’, con ‘lo razonablemente medible y cuantificable’ y que, en su reflujo, se lleva entre la espuma lo que de cierto y verdaderamente útil hay todavía en nosotros.

Muy lejos del universo de quienes piensan que la memoria histórica es un mero asunto de papeles amarillentos, estos textos nos ayudan a encarar de manera eficaz muchos de los problemas o asuntos —diversidad religiosa, multiculturalidad, modelos sociales, derechos humanos, etc— que tienen una presencia y visibilidad crecientes en la sociedad contemporánea.

Nosotros los ciudadanos (III de III)

Tercera y última entrega de la carta de Marcos González Sedano:

Es mentira y además no es necesario que los seres humanos hayan nacido para sufrir. En la psicología de masas es imprescindible, para dominar, hacer creer a tus adversarios o a la sociedad a la que pretendes cautivar que en ella misma está la causa de sus males. Si tienes los medios apropiados es solo cuestión de tiempo, sobre todo en una sociedad en la que ha desaparecido el contrapoder, es decir, la sociedad civil organizada, hoy en la nómina de la elite.

Es difícil romper el círculo donde nos encontramos, pero no imposible. Es imprescindible dibujar un nuevo marco de relaciones. Definir los elementos mínimos para la firma de un nuevo contrato social es hoy el objetivo, y que el conjunto de ciudadanos los acepten como suyos. A partir de ahí todo es cuestión de cambiar la correlación de fuerzas global y local, hoy muy desfavorable a los ciudadanos de a pie.

¡A la calle que ya es hora...! Los ciudadanos no podemos permitir que los que han generado la crisis salgan fortalecidos de ella. Hay que hacer cambios estructurales, pero no en la línea que se nos está planteando. De esta, su crisis, hay que salir con mayor cohesión social, hay que ir a una nueva formulación de la democracia, recuperar la soberanía de los ciudadanos, definir un nuevo modelo de desarrollo, de producción y de consumo, garantizar una vida digna y plena a todas las personas, el derecho a la libertad individual y colectiva sin estados parapoliciales, el acceso a una cultura real y a todos los medios de comunicación y su control por parte de la ciudadanía, impidiendo que jueguen el papel de control de masas por parte de la elite, recuperar el principio de trabajar para vivir y no a la inversa (jubilación a los sesenta y treinta horas de trabajo semanales), poner el avance tecnológico al servicio de los seres humanos en su conjunto y no de un puñado de privilegiados. Además es un deber de las sociedades avanzadas impedir que mueran millones de personas de hambre o enfermedades ya erradicadas en los países enriquecidos. Hay que acabar con las guerras y desmantelar la industria militar. No hay enemigos, son un invento de la elite global. Hay que garantizar la cultura de los pueblos y romper la tendencia al pensamiento único. Todas las comunidades tienen derecho a su soberanía alimentaria y a la salud. La vida no puede estar patentada por un puñado de multinacionales. Hay que
re-ecologizar el planeta.

Ahí deben radicar las bases del nuevo contrato social global. Ayer era ya tarde. Hoy todavía es posible. La utopía es la que hace avanzar a la humanidad. Humanicemos a los humanos.